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CAPÍTULO SEGUNDO

Maximilien Robespierre regresa con su familia.—Sus comienzos en la abogacía.—Su desinterés.—Su estilo de vida.—Sus morales privadas.—Su apego a mademoiselle Deshorties.—Sus relaciones con la aristocracia de Arrás.—Sus amigos y sus enemigos.—La sociedad de artes y ciencias de Metz corona un discurso de Robespierre.—La sociedad de los Rosatis y la academia de Arrás lo reciben en nombre de sus miembros.—Augustin Robespierre.—Retrato de los dos hermanos.—Maximilien es nombrado miembro del tribunal criminal de Arrás.—Es elegido diputado de los Estados Generales.—Juicio de Mirabeau sobre Robespierrre.


El regreso de Maximilien con su Familia, al seno de la cual vino a quedarse, fue un día de fiesta para todos; nuestros amigos lloraban con nosotros de enternecimiento. Mi hermano era universalmente amado. Se conocía la dulzura de su carácter y la pureza de su corazón, y cada uno era orgulloso de tenerlo entre sus amigos.

Comenzó su carrera en la abogacía con la más grande distinción. Sus primeros alegatos fijaron la atención de todo el mundo. Me he cuestionado seguidamente sobre la causa de los grandes éxitos de mi hermano mayor como abogado. Maximilien tenía mucho talento, su palabra era fácil, su lógica apremiante; pero no creo que tan solo sus eminentes cualidades hayan bastado para fundar su reputación: creo que lo que contribuyó sobretodo a ponerlo en evidencia, era la elección de sus causas; él no se encargaba que de causas justas, y rechazaba aquellas que no lo eran; igual los ganaba casi todos. Se le confiaba varios procesos muy importantes, en los cuales pleiteaba con una capacidad verdaderamente superior. Lo he visto siempre actuar con mucho desinterés. Cuando que uno de sus clientes venía a consultarle sobre algún asunto litigioso, él buscaba menos confirmarlo en la resolución a defender que acercarlo al partido adverso y conciliar sus diferencias.

Él prefería encargarse de la defensa del pobre, y solía abrirle su billetera en lugar de exigir honorarios. Algunas veces los dos partidos contrarios, en el mismo proceso, le solicitaban tomar en sus manos su causa; Maximilien no vacilaba, optaba por el que de los dos litigantes fuera el más podre, aunque no recibiera ningún salario de él, cuyas pretensiones le parecían fundadas. Se ve que él no hacía de su profesión una especulación, y que él subordinaba todo a la cuestión de la justicia. He aquí lo que hacía que se dijera que él era el apoyo de los oprimidos y el vengador de la inocencia.

Debo entrar en algunos detalles sobre el tipo de vida que Maximilien había adoptado.

Trabajaba mucho, y pasaba en su estudio una gran parte del tiempo que no pasaba en el palacio. Se levantaba a las seis o a las siete, y trabajaba hasta las ocho. Su peluquero entonces llegaba a peinarlo. A continuación, tomaba un desayuno ligero que consistía en lácteos, y regresaba a su trabajo hasta las diez, cuando se vestía y se iba al palacio. Después de la audiencia, venía a cenar; comía poco y solo bebía vino con agua; él no mostraba ninguna preferencia en particular por algún alimento. Muchas veces le he preguntado qué quería comer; y me respondía que no sabía. Amaba las frutas, y la única cosa con la que no se podía pasar, era una taza de café. Después de la cena, él salía a dar un paseo de una hora o a hacer una visita. Regresaba después, se encerraba de nuevo en su gabinete hasta las siete o las ocho; pasaba el resto de la tarde, sea con sus amigos o en el seno de su familia.

Mis tías y yo, le reprochábamos de ser distraído con frecuencia, preocupado en nuestras reuniones; en efecto, cuando jugábamos las cartas, o cuando hablábamos de cosas insignificantes, se retiraba a un rincón del apartamento, se clavaba en un sillón, y se libraba a sus reflexiones como si hubiera estado solo. Sin embargo, era naturalmente alegre; sabía bromear y reía algunas veces hasta las lágrimas.

Maximilien era de un humor regular; no contrariaba a nadie y quería todo lo que los otros quisieran. Cuantas veces nuestras tías me han dicho: «Tu hermano es un ángel; tiene todas las virtudes morales, y a la vez está hecho para ser la victima de los malvados».

Sin embargo no hay que creer que esa dulzura moral, esa mansedumbre excluían en mi hermano mayor una fuerza de carácter a toda prueba. Al contrario, tenía una voluntad poderosa, una energía indomable. Su conducta a la cabeza del gobierno durante aproximadamente dos años ha probado que él estaba hecho de bronce y de granito; mas esa energía, esa inflexibilidad se alternaba con una amabilidad en sus maneras que todas las personas que lo veían en su interior quedaban encantadas. Yo desafío a cualquiera que haya frecuentado a Maximilien de decir lo contrario, todos aquellos que han tenido con él relaciones intimas, que lo han visto con el corazón desahogado y se mostraba tal como es, convendrán que persona no a manejado los rieles del gobierno con la mano más vigorosa, persona igual no ha sido más dulce y más moderada en su vida privada. ¿Cómo explicar eso? Es que al lado de una sensibilidad exquisita, había en él convicciones profundas, y cuando esas convicciones hablaban eran obedecidas.

La amabilidad de mi hermano con las mujeres captaba su afecto, algunas, creo, sintieron por él más que un sentimiento ordinario. Una entre otras, mademoiselle Deshorties, lo amaba y era amada. El padre de esta joven había esposado en segundas nupcias a una de nuestras tías; él tuvo de su primer matrimonio dos hijos y tres hijas. Cuando mi hermano fue elegido para los Estados Generales, había cortejado a Mademoiselle Deshorties por dos o tres años. Varias veces se hablaba de matrimonio, y probablemente Maximilien la hubiera desposado, si el sufragio de sus conciudadanos no lo hubieran arrancado de las dulzuras de la vida privaba para lanzarlo en la carrera política. mademoiselle Deshorties, que le había jurado no pertenecer a otro que a él, no tuvo en cuenta su promesa, y, durante la convocatoria de la Asamblea Constituyente, le dio su mano a otro. Mi hermano solo conoció este perjurio cuando regresó a Arrás, después de la clausura de la Asamblea; y fue penosamente afectado.

Los éxitos de Maximilien en la abogacía lo mostró en relación con varias personas pertenecientes a la clase aristocrática; era muy buscado por ella; las primeras casas de Arrás se complacían al recibirlo. Si mi hermano hubiera amado la fortuna y los honores, es seguro que hubiera podido satisfacer su pasión casándose con una de las ricas herederas de Arrás, pero su desinterés y su indiferencia por lo que concernía sus propios asuntos alejaba siempre de él esa idea.

Tenía varios amigos que amaba mucho. Entre ellos estaban M. Leduc, abogado retirado, hombre de un mérito bien distinguido; M. Aimé, canónigo de la catedral de Arrás, que sus compañeros habían apodado como el sabio; M. Devic, también canónigo de la misma catedral, que había sido profesor en el colegio Louis-le-Grand mientras que Maximilien hacía sus estudios, se amaban como dos hermanos; M. Buissart, bien estimable erudito; MM. Lanflois, Charamant, Ensart, etc., todos jóvenes abogados de talento. Mi hermano creía poder contar entre sus amigos a MM. de Rusé abogado general, Dubois de Fosseux, que fue después alcalde de Arrás, etc; mas él reconoció más tarde que su amistad no era sincera.

Acabo de citar los nombres de sus verdaderos amigos y de sus falsos amigos; pero mantendré en silencio los nombres de sus enemigos, pues los tenía. ¿Quien hubiera podido creer que un hombre así de dulce y de un trato tan amable tendría enemigos? es porque tenía mérito, mucho mérito, y hay hombres que no perdonan el mérito en otros hombres, así como hay ciertas mujeres que no perdonan la belleza en otras mujeres. Cuando se le decía a mi hermano que tenía enemigos, no quería creerlo; decía: ¿Pero yo que les hice?
Sé muy bien lo que les había hecho a algunos; no quería aliarse con ellos porque tenían morales reprensibles y probidad equívoca. Uno se hará una idea de la injusticia de los hombres cuando se sabe que varios de los enemigos de mi hermano no tenían otro rencor contra él, que el de haberlo encontrado en la calle sin que él los hubiera visto, y por consecuencia, sin haberles saludado. Maximilien era muy distraído más bien siempre estaba preocupado (1); pasaba algunas veces cera de sus amigos íntimos sin verlos. He aquí lo que dará lugar a la acusación de orgullo que sus enemigos portarán contra él. ¡Él, orgulloso! ¡Él que no veía en todos los hombres que hermanos! ¡Él que fue el más ardiente apóstol de la igualdad! Es así como su carácter y sus intenciones han sido siempre desnaturalizadas, y la más inocente de las cosas son imputadas al crimen.

Que se juzgue por medio del siguiente incidente cuán distraído era Maximilien: nosotros habíamos una vez pasado toda la tarde juntos en la casa de uno de nuestros amigos, y regresábamos a nuestro hogar a una hora bastante avanzada, cuando de repente, mi hermano, olvidando que me acompañaba, redobló el paso, me dejó atrás, llegó solo a la casa y se encerró en su estudio. Llegué algunos minutos después de él. Había encontrado su distracción tan graciosa que, viéndolo tomar la delantera a un paso tan rápido, lo había dejado ir sin hacerle notar que yo estaba con él. Entré en su estudio, donde lo encontré ataviado con su traje de dormir, y trabajando con mucha atención. Él me preguntó con un aire asombrado de dónde venía sola tan tarde, le respondí que si regresaba sola es porque él me había dejado en medio de la calle para entrar precipitadamente. Recordó entonces esta circunstancia, y ambos nos echamos a reír de tan cómica aventura.

La carrera de abogado no era la única en la que mi hermano se distinguía, ensayaba con sucesos la carrera de las letras. La sociedad de artes y ciencias de Metz hizo un concurso en el año 1784 o 1785, con la pregunta siguiente: “¿Cuál es el origen de la opinión que se extiende sobre todos los individuos de una misma familia una parte de la vergüenza atada a las penas infamantes que sufre un culpable? ¿Es esa opinión más dañina que útil?” Mi hermano, al que la injusticia repugnaba, tomo con acucia esta ocasión para mancillar un prejuicio muy generalizado universalmente, y envió al concurso un discurso en el que discutió muy elocuentemente las dos preguntas propuestas, y resolvió la segunda de una manera afirmativa.

El discurso de Maximilien fue coronado. No lo tengo en este momento a la mano; pero los argumentos de los que condenó el inicuo prejuicio que ata una vergüenza nefasta al frente de una familia entera, pues en esa familia se encuentra un culpable; estos argumentos me impresionan aún por su fuerza y su poder. Oh, mi hermano, no previste al escribir ese discurso, que un día, tu infeliz hermana, victima del mismo prejuicio, será perseguida y humillada pues ella pertenecía a ese Robespierre, el más virtuoso de los hombres, al que la calumnia a desfigurado y lo ha hecho pasar por un culpable, por un monstruo. ¡Mi hermano! Mientras te interrogabas con tu corazón tan bueno, tu consciencia tan pura, estabas lejos de sospechar que un día el único vástago de tu familia no sabría dónde descansar su cabeza, pues los malvados han teñido tu reputación. Ve, no creas, sombra querida, que jamás los humillantes estigmas que tus calumniadores han atado a nuestro nombre hacen que me abochorne. Tu nombre, estoy orgullosa de portarlo; soy gloriosa de ser de tu sangre, de pertenecer al gran Robespierre, que fue el enemigo inflexible de toda injusticia, de toda corrupción, y que ahora será preconizado por los que crean la historia para los gajes de la aristocracia, como si él hubiese pactado con los opresores del pueblo (2)

Maximilien concursó una vez más; la Academia de Amiens había hecho un concurso Elogio de Gresset; mi hermano envió un discurso que no obtuvo más que una mención honorable., la única que fue dada, ya que el premió no lo obtuvo ninguno de los competidores. Cuando su discurso había sido enviado para ser impreso, él envió una copia a sus amigos, quienes le agradecieron en prosa y en verso. M. de Fosseux se distinguía sobretodo por sus versos bien mediocres, en los cuales dio a mi hermano elogios sobre sus virtudes, él que más tarde debió pasarse al rango de aquellos que negaban esas mismas virtudes. He conservado una copia de los versos de M. de Fosseux. (3)

Mi hermano hacía parte de la sociedad de los Rosatis, compuesta de eruditos, magistrados, militares, etc., todos los literatos, o amantes de las letras y las artes. Esa sociedad tenía reuniones en días fijos, en las que se leían obras de todo tipo y en donde las discusiones literarias se empeñaban. Era una fiesta cuando se admitía a un nuevo miembro; el receptor pronunciaba un discurso, uno de los miembros le respondía, y la fiesta se terminaba con una alegre comida en donde reinaban la franqueza y la cordialidad. El día en el que mi hermano fue recibido en la sociedad de los Rosatis, improvisó una canción en tres coplas, que fue vivamente aplaudida. Tengo aún una copia de esa canción, escrita de la mano de mi hermano. (4)

Maximilien fue igualmente recibió como miembro de la Academia de Arrás, en la que la mayoría de los miembros hacían parte de la Sociedad de los Rosatis.

Maximilien y Augustin

No he hablado aún de mi hermano Augustin; se comprenderá fácilmente por qué: Augustin permaneció en el colegio Louis-le-Grand tanto tiempo como Maximilien, y por consecuencia no regresó hasta pocos años antes de la revolución. Augustin, como dicen todas las personas que le conocieron, tenía más talentos naturales que Maximilien; la naturaleza se había mostrado hacia el más prodigiosa en sus dones; pero tenía menos actitud para el trabajo que mi hermano mayor; el estudio no lo atraía mucho. Maximilien y yo solíamos reprochar sus gustos ociosos; le exhortábamos a crearse ocupaciones; algunas veces nuestras insistencias hacían a Augustin regresar en sí mismo; y se ponía a trabajar con un ardor demasiado vivo para ser durable; se encerraba en su habitación, pasaba varios días en medio de libros; pero él no podía soportar mucho tiempo en esa compulsión. Debo decirlo, de sobre, que a pesar de las pequeñas disensiones que teníamos juntos y que seguirían, y de las que voy a hablar cuando llegue el momento, mi hermano Augustin era bueno y sensible, su corazón estaba tallado sobre el modelo del de Maximilien, y si no hubiera sido por el propósito de algunas mujeres que nombraré, la buena armonía no hubiese cesado de reinar ni un solo instante entre nosotros.

Si comparara a mis hermanos, diría que el mayor llevaba el coraje civil a un punto más alto que el menor; pero en revancha, Augustin, tenía el coraje militar incomparablemente más desarrollado que Maximilien. Robespierre el joven era un excelente militar; nada lo sorprendía, era intrépido; a la cabeza de un regimiento o de una división hacía prodigios; era un César. Mi hermano mayor, en su gabinete, la pluma en la mano o en la tribuna, hacía temblar a los tiranos de Europa; pero hasta ahí se limitaba su rol, y difícilmente hubiera podido resolver poner los arneses para combatirlos con hierro, o a descender a la plaza pública armado con un fusil. ¿Los termidorianos hubieran obtenido un triunfo tan fácil, si Maximilien, cambiando su toga de tribuno por la espada de general, se hubiera puesto a la cabeza de ese pueblo inmenso que el 9 de Termidor en la noche, se apretujaba al rededor del Hôtel-de-Ville, y no esperaban más que un gesto de mi hermano mayor para llevárselo a dónde hubiese querido? Sé que una poderosa consideración lo detenía; cuando se le decía: Llamemos al pueblo a la insurrección; el respondía: en nombre de quién? —En nombre de la Convención, gritaba Saint-Just, la Convención es lo que somos. Saint-Just tenía razón; y si Robespierre hubiese visto la cuestión desde el mismo punto de vista, hubiese sentido la necesidad de marchar a la cabeza del pueblo armado, la patria sería salvada.

Augustin era alto, bien formado, tenía una cara llena de nobleza y belleza. En este aspecto, Maximilien no estaba tan bien dotado como él, él era de una estatura mediana y de una contextura delicada. Su mirada respiraba dulzura y bondad, pero no era tan apuesto como mi hermano. Sonreía casi siempre. Un gran número de retratos de mi hermano mayor han sido publicados. El que más se le parece de todos es el de Delpech. Hay otros que no son más que odiosos agravios en dónde se han dedicado a desfigurar sus facciones, darle una expresión feroz, como se a querido presentar su alma en un día así de horrible. Aquel que está a cabeza de las supuestas memorias de Maximilien Robespierre, es de ese tipo. (5)


La consideración de la que mi hermano mayor disfrutaba en Arrás, le hizo nombrar por el obispo de esta villa miembro de tribunal criminal. Ese prelado estaba nominado para ese tipo de cargos. Él ejercía las funciones que le eran confiadas con una equidad ejemplar. Pero siempre le costaba condenar. Un asesino, habiendo un día comparecido ante el tribunal en el que Maximilien era miembro, tenía que pronunciar contra él la pena más fuerte, o sea, la muerte. Él no tenía medios para modificar esta pena horrible, los cargos eran demasiado abrumadores. Mi hermano mayor entró a la casa con la desesperación en el corazón, no comió nada en dos días. Ya sé que es culpable, repetía siempre, que es un villano, pero hacer morir a un hombre!!... Este pensamiento le era tan insoportable; no queriendo tener que combatir más entre la voz de su consciencia y el grito de su corazón, renunció a sus funciones de juez.

Cuando fue cuestión elegir los diputados para los Estados Generales, todas las miradas se fijaron en mi hermano mayor, no debería decir todas las miradas, pues había hombres en Arrás, aunque eran pocos, que los alegatos y escritos de Maximilien habían chocado; decían que su expresiones eran raras; no podían acostumbrarse a las palabras libertad, igualdad, fraternidad, etc. Estos hombres eran los admiradores apasionados del antiguo régimen, y desaprobaban con amargura todo lo que era innovación. A pesar de su oposición, Maximilien Robespierre fue elegido a los Estados Generales por el tercer estado de Arrás.

Sin duda, merecía por sus antecedentes, sus talentos y sus virtudes, esa marca de confianza por parte de sus conciudadanos. Nadie comprendía mejor que él los deberes que le imponía su título de representante del pueblo, y nadie a cumplido con las funciones delicadas de las que estaba encargado con la abnegación más ilimitada, un desinterés más raro.

Su voz tronaba constantemente contra lo arbitrario y los abusos; se le quería seducir, no se conseguía; muchos medios fueron empleados y todos quedaron sin éxitos. En fin, se le ofreció un día una suma considerable suplicándole que la distribuyera entre los pobres; él distinguió la trampa que le tendían, rechazó la suma e invitó a la persona que se la ofrecía a repartir el dinero ella misma. El carácter bien conocido de mi hermano mayor le había hecho nombrar el Incorruptible por sus colegas de la asamblea constituyente. Cuando Mirabeau veía todas las tentativas que se hacía para comprar a mi hermano como se le había comprado a él mismo, decía: «No funcionará; es perder el tiempo tratar de corromper a Robespierre; ese hombre no tiene necesidades, es sobrio y tiene las costumbres demasiado simples»
¡Qué elogio!

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(1) La hermana de Maximilien Robespierre, en una de las conversaciones que había tenido con ella, me contó, para mostrarme hasta qué punto su hermano era distraído, que un día entró a comer antes de que los platos estuvieran puestos; la sopa ya estaba servida; tomó asiento junto a la mesa y, sin notar que no había ningún plato frente a él, tomó una cucharada de sopa y la regó sobre el mantel. (N. de. L)
(2) A propósito de las Memorias apócrifas que fueron publicadas en 1830 con el nombre de Robespierre, un diario fuertemente oscuro y digno de serlo, l'Universel, tuvo la cobardía de insultar a Charlotte Robespierre, diciendo que ella había traficado con esas memorias no borradas, y que ella había puesto a los autores de esas memorias al menos a complementar lo que los otros biógrafos habían omitido. Charlotte Robespierre escribió una carta sublime respecto a este asunto al editor de l'Universel, quien no la insertó. Esto fue coronar una cobardía con otra cobardía; o al menos era reconocer tácitamente que habían mentido, pues cerrar sus columnas a una reclamación, de parte de un periodista de mala fe, es admitir que esta reclamación no tiene respuesta, y eso destruye la aserción que lo provocó. Charlotte Robespierre me dio una copia de esta carta hace años, pidiéndome que no la publicara hasta después de su muerte. Me he conformado con su deseo. Es la misma carta que ha sido publicada por Revue Rétrospective. Se leerá al final de estas memorias. Ver piezas justificativas nº 2. (N. de. L.)
(3) Ver las Piezas justificativas nº 3.
(4) Esa copia está ahora mismo entre mis manos. La he publicado al final de estas memorias. Ver Piezas justificativas nº 4. (N. de L.)
(5) Un tiempo antes de su muerte, Charlotte me dió una copia de este retrato, en el margen del cuál había escrito lo que pensaba de él. Creo que es mi deber publicar esta apreciación de un retrato que se hace pasar por ser de Robespierre y que el parecido no es mayor al de las memorias que Moreau Rosier a publicado en su nombre, no son su obra. Ver Piezas justificativas nº 5 (N. de. L.)