Página principal · Memorias de Charlotte Robespierre (I, II, III, IV & V) · Agenda de Maximilien Robespierre · Memorias de Billaud-Varenne · Memorias de Barrás · Diario de Rosalie Jullien · Manuscrito de Élisabeth Le Bas · Memorias de Sanson · Memorias de Manon Roland · Escritos de Maximilien Robespierre · Organt, Louis Antoine Saint-Just · Fragmentos de instituciones republicanas · La Razón a la morgue · Vieux Cordelier · Père Duchesne · L'Ami du Peuple · Le Defenseur de la Constitution · Memorias de Barère · ¿Qué es el tercer estado? · La verdadera vida del ciudadano Jean Rossignol · Memorias de Pétion · Memorias de Barbaroux · Declaraciones de los derechos de 1789 - 1793 · Calendario revolucionario · Escritos de Louis Antoine Saint-Just.

____

CAPÍTULO VI (1)

Partida de Charlotte Robespierre y su hermano menor a Niza.—Lo que les ocurrió en Lyon.—Los peligros que corrieron antes de llegar a su destino.—Son perseguidos por los marselleses.—Llegada a Niza.—Paseos a caballo.—Modos indignos de Mme Ricord respecto a Charlotte Robespierre.—Ella es calumniada por ella frente a su hermano.—Trampa infame que le tendió Mme Ricord para hacerle regresar a París.—Consecuencias de esta traición.

Mi hermano menor  otro representante, Ricord, recibieron la orden de la Convención la orden de ir a la Armada de Italia, cuyo cuartel general estaba en Niza. Se sabe que la Convención había tenido la excelente idea de enviar sus miembros en misión a las armadas, y que fue en gran parte a esta medida que Francia debe sus admirables éxitos.

Supe que Ricord llevaba a su mujer con él, y entonces me vino la idea de partir con mi hermano. Le rogué que me llevara, y él accedió alegremente a mi petición. Nada hasta ese momento había alterado la viva amistad que reinaba entre nosotros; ninguna otra familia ha sido más unida de lo que lo eramos mis dos hermanos y yo. ¡Qué culpables son aquellos que enturbiaron esta buena armonía!

Me sería difícil recordar la época precisa de nuestra partida. Solamente recuerdo que el Mediodía estaba bien exasperado contra los Montagnards, e incluso varios departamentos se habían sublevado a la voz de los diputados Girondinos que escaparon al decreto del 31 de mayo. Creo que los realistas ya habían entregado Toulon a los ingleses.

Lyon estaba insurrecta. Cuando llegamos, había una calma aparente. Nuestro vehículo se dirigió cerca del Hôtel-de-Ville; mi hermano menor y Ricord entraron. Madame Ricord y yo nos quedamos en el vehículo, y enseguida fuimos rodeados por una multitud creciente, que nos preguntaba qué se decía en París sobre los lyoneses. Respondimos para recortar su pregunta que lo ignorábamos. Varios hombres que tomaron la palabra por los demás, nos dijeron entonces con un tono irritado: «sabemos que los parisienses dicen que estamos en contra-revolución; pero han mentido; mejor dicho, mirad nuestras escarapelas». En efecto, llevaban la escarapela nacional, pero eso no probaba nada, ¿pues no hemos visto a los contrarrevolucionarios más pronunciados de la primera revolución llevar la escarapela tricolor? Y entre aquellos que la llevan desde la revolución de julio de 1830, ¿no hay algunos que son enemigos de la revolución en el fondo de su corazón?

Mientras que madame Ricord  yo eramos cuestionadas y nuestra posición frete a ellos se volvía más y más embarazosa, Robespierre joven y Ricord tenían una viva discusión con los oficiales municipales; estos últimos hablaban con términos amenazantes, y parecían querer hacerlos responsables de los eventos que habían derribado a los Girondinos. Los dos representantes sostuvieron su dignidad y su carácter, y se expresaron con una firmeza que impusieron a la comuna lyonesa.

Al salir del Hôtel-de-Ville, mi hermano y Ricord se subieron en el vehículo y deliberaron por un instante para saber si descansaríamos en Lyon o si no sería más prudente continuar nuestra ruta, temiendo que los Lyoneses los arrestaran a ambos como habían aprisionado a dos de sus colegas hacía algún tiempo. La última opción pareció la mejor, y nos apresuramos en salir de Lyon.

 Pero, como la noticia del viaje de los dos convencionales no podía fallar en ser difundida por toda la ruta que teníamos que tomar para llegar a Niza, puesto que solo viajábamos durante días cortos, se temía que la población de Provenza, cuyo espíritu era generalmente negativo, no se dejaran llevar por algunos excesos contra Robespierre y Ricord. En consecuencia, abandonamos la gran ruta y nos lanzamos a los atajos que conducían a Manosque.

Pasamos dos días en esa pequeña villa. Lo que temíamos ocurrió: sabían quienes éramos, y fuimos mal vistos; puedo decir incluso que, vista la exasperación de los espíritus, nuestra estadía en Manosca no sería sin peligro. Teníamos con nosotros a dos militares que nos prestaron grandes servicios. Cuando era hora de seguir el camino, ellos fueron delante de nosotros para escoltarnos fuera del país. Habíamos ya llegado a los límites de Durance, que necesitábamos cruzar, cuando nuestros dos escoltas regresaron precipitadamente para decirlos que los marselleses estaban en armas en la ribera opuesta, y tenían cañones.

Marsella había abiertamente levantado el estandarte de la revuelta; ella había enviado destacamentos de rebeldes en varias direcciones para sublevar los departamendos adyacentes. Fue uno de esos destacamentos los que encontramos desgraciadamente a la hora de pasar a Durance. Retornamos por el mismo camino y entramos en Manosque con la intención de tomar otra ruta. Pero luego de salir por segunda vez de esa villa, los dos convencionales exigieron con autoridad que se cortaran los cables del transbordador. Se negaron a obedecer; la actitud de la población era amenazante; mi hermano menor y Ricord renovaron su mandato; y sea que los habitantes fuesen subyugados por la ascendiente de su palabra, sea que ellos hayan conservado un rastro de respeto por la soberanía nacional de la que eran los representantes, ellos se mostraron como si fueran a obedecer, pero solo cortaron un cable. Robespierre y son colega fingieron no haberse dado cuenta, y parecían haber creído que el transbordador ya no funcionaba, aunque sabían bien que aún podían dejar pasar a nuestros enemigos, lo que ocurrió.

Salimos de Manosque, precedidos de nuestros dos escoltas, y nos dirigimos a Forcalquier. El alcalde de Manosque, quien era patriota, se regocijó al ver nuestro vehículo al momento en el que salimos de la villa, y nos ofreció una escolta de cincuenta guardias nacionales. Los dos convencionales que no tenían mucha confianza en la guardia nacional de Manosque, agradecieron al alcalde por su oferta, pero no aceptaron.
Llegamos a Forcalquier sin ninguna desgracia. Los patriotas de esa villa nos ofrecieron sus servicios y se quedaron con nosotros mientras que se nos preparaba la cena.  Teníamos grandes deseos de comer un poco y sobre todo dormir. Eran las once de la noche, desde la mañana no habíamos comido nada ni habíamos degustado ningún reposo. Pero a penas llegamos a la mesa, cuando un expreso del alcalde de Manosque vino a advertirnos que los marselleses nos estaban persiguiendo y no tardarían en atraparnos si no escapábamos a su furia rápidamente. El peligro era apremiante.

____________
(1) Evidentemente, una inmensa laguna reina entre este capítulo y el anterior. He registrado en vano las notas que me han sido dejadas para dar con algo con qué rellenarlo. L.

Capítulo anterior | Continuará...