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CAPÍTULO PRIMERO

El estado de mis padres.—Cuando era pequeño.—Entre los colegiales y profesores de escritura.—El carácter de mi madre.—Contra la milicia.—Comienza el aprendizaje.—Para ser mi maestro.


Nací de una familia pobre (1). Mi padre era borgoñón. Él fue a París y, después de algunos años, buscó una esposa. Conoció pues a mi madre, y se casaron. De cinco hijos que tuvieron, tres niños y dos niñas, yo era el último.

Por su buena conducta, mi padre había obtenido un lugar en la Mensajería de Lyon; era cartero; mi madre era cartera. Yo no tenía más de 9 años cuando mi padre murió, pero ya estaba en edad de conocerlo y recuerdo que él me amaba mucho porque yo era el más travieso de mis hermanos.

Yo iba al colegio para niños de la parroquia, y como tenía una voz muy bella, me uní al coro de Sainte-Catherine, hasta entonces Canonicato de Sainte-Geneviève.

Estuve muy poco tiempo pues tuve una disputa con el cosinero de la casa. Me retiraron de ese sitio y se me regresaron a mi primer colegio hasta la edad de doce años; entonces me trasladé para ir de seguido donde un tal Gourmera, maestro de escritura. Ese fue el comienzo de mi juventud. Todos los días, al salir del colegio, iba con los demás niños a jugar en la hasta entonces place Royale.


Al final de un año, como yo prometía escribir bastante bien, se nos envió a los tres niños que eramos a donde un maestro de escuela que enseñaba escritura, llamado Roland.

Esa clase tenía entonces disputas con los colegiales de Gourmera: fue así como dos o tres veces por semana, nos batallábamos los unos contra los otros con las armas de escolar: reglas, compases, cortaplumas, todo lo que había; varias veces fui herido, eso no me disgustaba. Tan pronto como estaba a punto de tomar la revancha, me encontraba plácidamente, y por un nuevo combate a veces era vencedor u otras era vencido.

Mentía bastante en la casa; sobretodo cuando había sido derrotado: era que me había caído o que me había hecho eso sin querer. Tenía una madre a quien no debía jamás compadecer; era muy dura; ella no nos mimaba, al contrario: « Ándale, decía ella, hoy te has encontrado tu maestro. » Eso me indignaba a tal punto que solía salir de la mansión encolerizado, y sobre el primero que encontraba descargaba mi cólera, después ya estaba satisfecho. Un día, recuerdo que habíamos hecho un partido de cartas de seis contra seis sobre la media luna de los bulevares (2), pero, como eramos muy animados, la guardia nos sorprendió y la patrulla de París ya tenía a  dos de nosotros, cuando de repente nuestra cólera cesó los unos contra los otros, y tratamos de retirar de las manos de los guardias a nuestros camaradas; pero fue inútil, pues yo había hecho caer un soldado de la milicia; yo caí también; entonces otro soldado me arrestó y nos llevaron a todos al cuerpo de guardia, y se nos amenazó con la carbonera. Mis otros camaradas tuvieron miedo de la guardia, se escaparon y fueron a advertir a varias personas que vinieron a reclamarnos: nosotros fuimos liberados por el miedo. Tan pronto como nos encontrábamos con los fugitivos, les lanzamos injurias: que ellos eran unos cobardes, que no tenían corazón.

En fin, mi madre resolvió hacerme aprender un oficio, y escogí la orfebrería. Aquí estoy en el aprendizaje. El mercado se concluyó por tanto que me quedaría cuatro años por 400 francos de plata.Estaba contento por haberme ido de la casa paternal. El burgués en cuya casa me quedaba era un buen hombre, pero su mujer, vieja santurrona, era el buen Dios en la iglesia y el diablo en su casa. Era forzado los domingos y festivos a ir a la misa de la parroquia con ella: eso me fastidiaba demasiado; en fín, como tenía la voz muy fuerte, hacía todos mis esfuerzos para evitarle la oración, y cantaba tan fuerte que podía aturdirla en sus oraciones; lo que la hizo tomar la decisión de enviarme al lado de la calle, con la orden de regresar a buscarla tan pronto como la misa solemne terminara.  Yo aprovechaba esta situación para ir a jugar con los otros aprendices en el portal, después volvía a buscar a mi burguesa.

Estuve en esa tienda durante tres años y, y como sabía trabajar un poco, creía que en las provincias las alondras caían todas asadas, lo que me ha decidido viajar: y lo esencial para ser mi maestro.

Entonces no tenía más de catorce años. Era bastante fuerte para mi edad, pero no tenía nada de altura.
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(1) El 7 de noviembre de 1759
(2) Termino de fortificación. Se le llama así a una estructura hecha en forma de triángulo en las afueras de una plaza de guerra, frente a la cortina (muro que está entre dos bastiones) de la plaza y sirve para cubrir la contraescarpa y el foso.